jueves, 14 de mayo de 2015

Pan tostado

Recuerdo cómo olía la primavera al salir del colegio cuando ella ponía su mirada en mí. Y luego me tendía la mano. Y me sentía muy segura con sus ojos sobre mí. Y luego arrancábamos a andar y marcábamos el ritmo de nuestros  pasos con el vaivén de nuestras manos entrelazadas. Nunca me preguntaba que cómo me había ido el día y eso me encantaba porque ella siempre daba por supuesto que me habría ido bien. Eso… me encantaba también,  porque sólo quería significar que confiaba en  mí. Ella siempre me contaba cómo había ido su día y yo la escuchaba atentamente porque sabía que a ella le gustaba que la escuchara; ambas sabíamos que a mí me gustaba escuchar y a ella hablar. Juntas lo sabíamos todo. Cuando ella estaba conmigo y sus ojos me custodiaban, yo lo sabía todo, desde mis seis años y ella… ella poseía el mundo desde sus sesenta y seis.
Si mi abuelo ponía el olor a pan tostado, ella ponía la música a mis tardes. Ella hablaba y mi madre escuchaba. Y yo… desde debajo de la silla, las escuchaba a ambas. Y sus voces, y sus difíciles conversaciones, siempre, siempre, siempre, estaban  acompasadas por la Singer que mi madre manejaba y cuyo pedal, me gustaba pulsar con la mano desde mi escondite secreto… 
Por mucho tiempo que pase, siempre olerá a pan tostado y en mi cabeza, siempre resonarán ecos de la vieja Singer.

Para mi abuela, con quien tanto quería.


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